Capítulo 20: Temor
Para aquel que está despierto, no confuso,
Cuya mente no está contaminada,
Y quien ha abandonado tanto las buenas obras como las malas,
No existe el temor.
Dhammapada 39
Cuando nos dedicamos a la práctica espiritual, empezamos a descubrir hasta qué grado la aprensión y el temor están presentes y controlan nuestras vidas. Gran parte de nuestra existencia está determinada inconscientemente por sentimientos de temor, aprensión, ansiedad, pavor, preocupación, y desconfianza. El temor es la raíz de muchos tipos de sufrimiento psicológico, y una de las funciones importantes de la práctica de la atención plena consiste en estudiarlo, entenderlo, y aceptarlo lo suficiente para que no vivamos bajo su influencia.
Es obvio que el temor es debilitante, especialmente cuando impide nuestra participación en actividades normales. Pero son debilitantes también nuestros esfuerzos por evitar, ignorar o resistir el temor. Sería aconsejable, por lo tanto, seguir el ejemplo del Buda. Antes de convertirse en un Buda (Buda significa un “Ser Despierto”), incluyó el temor en su práctica cada vez que lo sentía. Nosotros podemos hacer lo mismo. Podemos aprender a practicar espiritualmente con el temor y sobreponernos a su influencia debilitante, aunque no desaparezca el temor en sí.
La atención plena que se centra en el temor comienza cuando nos familiarizamos con sus manifestaciones directas y obvias. No tratamos de aplicarle psicoanálisis, ni de identificar sus diferentes capas, ni de determinar su origen. Nuestra tarea como practicantes de la atención plena es más inmediata. Consiste en observar directamente lo que está delante de nosotros.
Es común reaccionar ante nuestras experiencias gradualmente, por etapas o generaciones. Supongamos que empiezo con el temor de fracasar en alguna tarea. Como segunda reacción siento temor a mi temor, y luego me enojo conmigo mismo porque le tengo temor a mi temor. Después estoy avergonzado conmigo mismo porque tengo enojo, y al fin de cuentas me siento culpable porque debería ser más maduro. Y así paso a paso vamos enredándonos en nuestras reacciones emocionales.
Muchas veces vivimos muy distantes de la experiencia directa del temor. Estamos viviendo más bien en la reacción decimocuarta o decimoquinta, o posiblemente ¡la número ciento cincuenta! El propósito de la atención plena es la de ayudarnos a estar despiertos en el sitio exacto donde nos encontramos, aunque sea en la reacción ciento cincuenta, en vez de seguir disgustados con nosotros mismos o perplejos en cuanto a nuestras reacciones. Tratamos de aceptar la última reacción; no complicarla más, de tener una relación simple y directa con lo que está ante nosotros. A medida que la atención plena gana fuerza en nuestras vidas, empezamos a despertar más y más pronto, hasta que llega el momento en que nos despertamos en la primera reacción.
Cuando trabajamos con el temor durante la meditación, no siempre es necesario confrontarlo directamente, especialmente si nos abruma o produce trauma. Más bien, podemos intentar calmarnos en su presencia. Como hemos recalcado en capítulos anteriores una de las formas clásicas de calmarnos consiste en enfocarnos en la respiración. Entre más se enfoca la mente en la respiración, menos se ocupa del temor, y como consecuencia el temor pierde algo de su fuerza.
Cuando adquirimos la suficiente calma como para sentirnos libres de las garras del temor, podemos empezar a investigar sus causas. En dicho caso la presencia del temor es muy útil. Durante la práctica de la atención plena no intentamos negar o deshacernos de nuestro temor pues eso aumentaría su efecto. Más bien, lo exploramos, lo sentimos, y llegamos a entenderlo como un experto. Cuando asumimos el papel de investigadores nos sentimos menos agobiados y se provocan menos emociones como el enojo, la vergüenza, el desconsuelo y el temor secundario. Cuando observamos los pensamientos y las sensaciones del cuerpo con calma apartamos nuestra mente del dominio del temor y nuestra identificación con el temor disminuye.
Una de las formas principales de investigar el temor consiste en sentirlo en el cuerpo. Sentimos mariposas en el estómago, nerviosismo, tensión o contracción estomacal. A veces el temor está acompañado por un doloroso sentido de vulnerabilidad. Si el temor es muy fuerte, es difícil permanecer atentos y presentes con el sentimiento directamente. En tal caso, respira con y a través de tu incomodidad, como si el aliento fuese un masaje. Respirando con las sensaciones puede ayudarnos a transitar por el temor sin sentirnos atrapados.
Si tenemos suficiente estabilidad en nuestra meditación para enfocarnos directamente en las sensaciones del cuerpo asociadas con el temor es más fácil desconectarnos de las historias y las ideas que lo activan. Casi siempre durante la meditación, estas historias son irrelevantes a lo que está pasando en el momento. Cuando mantenemos en nuestra consciencia las sensaciones corporales creamos un espacio para experimentar el temor, y esto permite que la sensaciones corporales se manifiesten y luego disminuyan. La tensión y la constricción empezarán a desvanecer si las sostenemos delicadamente en nuestra consciencia.
A veces el temor tiene poco que ver con un peligro inminente. Más bien provienen de una idea, un supuesto de lo que nos podría pasar en el futuro. La imaginación tenebrosa alimenta el temor, las preocupaciones y la ansiedad. Podemos utilizar la práctica de la atención plena para aprender a identificar pensamientos y temas comunes que propician el temor.
Cuando empezamos a reconocer estos pensamientos y las suposiciones que las causan entonces podemos preguntarnos si esas suposiciones provocadoras son válidas. En mi vida personal la práctica me enseñó que yo tenía temor de eventos futuros que al fin de cuentas ni siquiera llegaban a ocurrir. Por ejemplo, en una ocasión me pasé dos días preocupado por una junta, que al último minuto se canceló. Esta misma experiencia la tuve muchas veces y me fui dando cuenta que tanta preocupación era una pérdida de tiempo. Cuando aprendí que lo que me imaginaba casi nunca resultaba siendo cierto, le perdí confianza a mis predicciones pesimistas. Este tipo de sabiduría sólo resulta cuando experimentamos algo repetidamente. Por lo regular tenemos que familiarizarnos con algo antes de podernos liberar de esto. Este es el caso con la preocupación.
Otra forma de aplicar nuestra práctica al temor consiste en examinar las creencias que lo apoyan. Frecuentemente son profundas y fueron generadas en tiempos que casi no recordamos. Por ejemplo, una persona que está crónicamente preocupada por las opiniones de los demás, puede que aprendió de niño que tenía que ser cierto tipo de persona y actuar de cierta manera para ser aceptado por los demás. O posiblemente no estás consciente de que nuestra auto estima depende totalmente de cómo nos miran los demás. La práctica de inspeccionar y luego cuestionar estas creencias les contrarresta algo de su poder sobre nosotros.
El Buda también enseñó que la práctica del amor bondadoso (traducción de la palabra metta de la lengua pali) puede servir de antídoto para el temor. Si no logras mantener la mente estable cuando sientes temor, puedes meditar por un rato sobre el amor-bondadoso. Los sentimientos y pensamientos positivos dirigidos a otras personas crean un espíritu de calma y una mente más espaciosa. Después puedes regresar e investigar de nuevo el temor.
Por medio de la práctica de la meditación y de la atención plena estamos aprendiendo a remplazar el temor con la confianza, no como un ideal o un concepto abstracto, sino como un sentimiento de auto-confianza que proviene del conocimiento a fondo del temor. Muchas personas le tienen temor al temor, sienten aversión, y por lo tanto no admiten la experiencia del temor en sus vidas. Pero si experimentamos el temor sin evasiones a la postre nos damos cuenta que es posible hacerlo sin sentirnos agobiados. Esta habilidad no se adquiere a fuerzas, o porque nos declaramos muy valientes, sino al descubrir con la práctica que es posible tener una mente tranquila en medio de situaciones temerosas.
La sociedad, las experiencias de vida y los pensamientos nos han inculcado a muchos la idea de que no debemos confiar en nuestro estado natural. Por lo tanto nos apartamos de lo que somos, fingimos ser personas diferentes y descartamos la validez de nuestras experiencias. Pero al practicar la atención plena estamos aprendiendo a no obstruir ni controlar nuestros sentimientos, sino a descubrirlos y a permanecer presentes con ellos. Cuando los sentimos plenamente y les damos lugar empezamos a ver cómo funcionan. A la vez aprendemos que nuestra vida emocional y nuestras reacciones están bajo nuestro control. No están impuestos externamente.
A medida que exploramos el temor a fondo, la tranquilidad y la confianza aumentan en otras dimensiones de nuestra vida. Perderle temor al temor produce una verdadera liberación. Incluso, sería justo decir que el proceso de “despertar espiritualmente” ocurre simultáneamente con el crecimiento de estas áreas de confianza. La Liberación se puede entender como una área de confianza que se expande sin cesar.
Es posible aprender a confiar en la consciencia, en la vida misma, sin defensas, sin soportes artificiales, sin puntos de vista u opiniones. En la tradición Budista a las personas que han logrado este nivel de tranquilidad se les conoce como “aquellos que hacen desvanecer el temor.” Estos Iluminados contribuyen a otros el don de la valentía. La valentía no implica necesariamente que ya no hay temor. Es una cualidad positiva que puede existir conjuntamente con el temor, pero que supera las limitaciones que el temor impone. La valentía puede ser una contribución muy profunda para aquellos que viven cohibidos o amedrentados. Cuando desarrollamos la capacidad para ser valientes, lo hacemos no sólo para el beneficio propio sino para el de los demás seres.