Capítulo 27: La Consciencia Receptiva
Observa el mundo como si fuera una burbuja;
O como si fuera un espejismo.
El Rey de la Muerte no ve
A la persona que considera al mundo de dicha manera.
Dhammapada 170
La consciencia es como el aire que nos rodea: rara vez nos fijamos en ella. La consciencia funciona a cada instante que estamos despiertos, y parece que funciona una especie de consciencia aun cuando estamos dormidos. A pesar de ello, la mayoría de personas no se fijan en el funcionamiento de la consciencia porque nunca se les ha señalado. Aun cuando lo reconocen, lo dan por sentado y no le otorgan su debida importancia.
Posiblemente la razón que no nos fijamos en la consciencia por si sola es que estamos bien ocupados con el contenido de nuestra consciencia, con lo que pensamos, sentimos y experimentamos. Es natural, pues la vida ordinaria exige que breguemos con lo que la consciencia conoce, los pensamientos y las percepciones. Pero la práctica Budista insiste que es importante fijarnos en la otra mitad de la percepción, la consciencia receptiva misma. Todos tenemos la capacidad de reflexionar sobre nuestra propia consciencia. La meditación ofrece una poderosa arma para ayudarnos a descubrir, explorar y permanecer calmados en medio de esta forma receptiva del conocimiento.
La consciencia receptiva es muy parecida, pero no es igual, a la idea popular de una consciencia que está observando el mundo como un testigo. Los principiantes en la meditación presumen que nuestra capacidad para observar implica que existe un ente, un sujeto particular, único y duradero dentro de nosotros que mira las cosas. Los seres humanos tenemos la tendencia casi ineludible de crear dicotomías o divisiones en el mundo, especialmente entre lo que se percibe y el que percibe. De forma parecida nos gusta distinguir entre una acción y el autor de la acción: yo soy el actor y estoy haciendo algo, yo soy el hablante que está hablando. Esta forma de pensar nos parece cosa de sentido común. Pero el Budismo desafía esa suposición.
Según el Budismo todas estas dicotomías conforman la base que sostiene el edificio del “ser”. Cuando mantenemos la idea de un ente que percibe, rápidamente generamos la idea de un ser independiente. Este ser se sujeta a muchas ideas culturales. Está estrechamente vinculado a lo que la sociedad valora, con el concepto del bien y del mal, lo correcto y lo no correcto y otras características que el mundo admira o exige.
Nuestras emociones pueden ser una consecuencia directa del concepto que tenemos de nuestro ser. Si nuestra auto imagen está siendo amenazada o insultada, fácilmente nos podemos enojar o atemorizar. Si nuestra auto-imagen está muy ligada con las ideas del bien o del mal pueden salir a relucir los sentimientos de culpa o remordimiento. Cuando recibimos elogios o críticas somos propensos a las reacciones fuertes, felicidad o ira, especialmente si afectan la manera que concebimos o representamos nuestro ser. Algunas personas cuando no reciben ni elogios ni críticas más bien se sienten aburridas por la situación en que están o por las personas que los acompañan.
La consciencia receptiva no equivale a un ser independiente. Al contrario, centrarnos en la consciencia receptiva sirve como antídoto para nuestros esfuerzos por construir y defender un ser o una imagen de lo que somos. A medida que desarrollamos nuestra capacidad para permanecer presentes con esta consciencia y empezamos a confiar en ella, la suposiciónde que “existe un ser o un ente quien está observando” empieza a desvanecer. La auto-consciencia se desvanece. A veces a esto se le denomina la experiencia de una consciencia no-dualista: la distinción entre el ser y los demás, entre lo interno y lo externo, entre lo que se percibe y el que percibe desaparece. No existe un ente quien percibe, solamente existe la consciencia y la experiencia que está ocurriendo dentro de la consciencia.
Una de las destrezas que aprendemos por medio de la práctica espiritual es la de estabilizar nuestra atención, o desarrollar una consciencia receptiva directa. No estamos abandonando necesariamente el mundo de las ideas ni siquiera la idea del “ser.” Más bien, estamos aprendiendo a tomar nuestras propias vidas e ideas con más ligereza sin darnos tanto peso o importancia. Nos apoyamos en una consciencia amplia y compasiva que conoce pero que no se adjunta. De dicha manera nuestras reacciones pueden surgir de la experiencia directa en vez de las ideas abstractas y de nuestros apegos.